Siempre fuiste mi nunca. Mi fruto prohibido. Te veía en las calles y me repetía una y otra vez, nunca. No puede ser. No.No. Él nunca.
Y aparecías siempre en todos los locales que frecuentaba y juro que intenté cambiar de bares varias veces, que intenté cruzar otras calles, pero al final allí estabas, en mi camino, y yo volvía a repetirme, nunca.
Estoy segura que te diste cuenta, porque hasta los que no me conocían sabían que había un nunca con tus ojos, con tu boca, con esa forma de ir por el mundo comiéndote todo. Un nunca que me perseguía en cada sueño, queriendo hacerme suya, y yo seguía diciendo nunca.
No hablábamos. Jugamos con la mirada y los silencios. Las colas en los cuarto de baño de los antros de nuestra vida eran tu lugar favorito, muy romántico, sí. Las mías eran interminables, y tú, siempre dejabas pasar a los otros, hasta que yo me colaba porque no podía soportar más el calor que me provocabas.
Y nunca. Nunca, nunca...
Pero llegó una noche llena de tequila y ron barato en la que nos perdimos del resto y nos quedamos solos. Me gritaste desde la barra y yo fui hasta ti, no quería pero me iba acercando. No quería, nunca, pero me devoraste casi antes de llegar a tu lado.
- Sabes a poesía - me dijiste.
- Y tú a destrucción.
- ¿En tu casa?
- Nunca. ¿En la tuya?
- Mejor no.
Ya había caído.
Salimos de allí queriendo arrancarnos la ropa y aparcamos en el primer hotel que encontramos en el camino. Dejaste la tarjeta encima de la entrada y te dieron una llave sin preguntar. Supuse que ese hotel no era tan de casualidad como imaginé. Pero me dio lo mismo porque ya estaba perdida, jadeando, medio desnuda y queriendo ser tuya, tuya y de nadie más. Nunca. Siempre. Ya.
No llegamos a la cama. Me subiste a tu cintura y me empotraste contra la pared, embistiendo sin permisos ni cuidado, claro que no hacía falta. Yo luchaba para que me dejaran de temblar las piernas e intentaba agarrarme a algo que no fuera tu cuello, así que clavé las uñas en tu espalda y acabamos en el suelo, tu apoyado en la pared y yo sentada encima, salvaje, húmeda, sintiendo más placer del que estaba acostumbrada.
Acabamos sudorosos en la cama, con el corazón encogido y la mente en blanco. Me corrí varias veces, te corriste dentro de mí. Salí corriendo a la ducha buscando un refugio fuera de ti. Viniste detrás.
El agua fría nos recorrió todo el cuerpo. Le siguieron las caricias, los besos, los abrazos y miradas que decían nunca más.
Nos quedamos a dormir. Me cogiste de la mano, te acercaste a mi cuello y susurraste unos versos que me hicieron llorar.
- Tranquila - me escribiste en la espalda.
Le diste un disparo a mi insomnio y cuando desperté supe que ya no estabas allí.
Me vestí y salí corriendo, sabiendo que nunca más nos volveríamos a ver. Recorrí las mismas calles, los mismos bares y te busqué en las miradas de todos los que se cruzaron en mi camino. Nunca más apareciste.
Siempre supe que serías mi nunca.